Cuando un país asume la Presidencia del Consejo de la Unión Europea, como hace Alemania mañana, detrás hay años de trabajo para preparar la agenda de los seis meses en los que planificará y presidirá las reuniones de los ministros de los 27, y -no menos importante- las de los grupos de trabajo que examinan la legislación comunitaria.

La Presidencia también representa al Consejo en sus relaciones con la Comisión y el Parlamento europeos y negocia los expedientes legislativos con las demás instituciones de la UE.

La COVID-19 ha trastocado esta agenda -como lo ha hecho con cualquier programa político, empresarial o familiar en todo el mundo-, hasta el punto de que en Bruselas se habla de la Coronapresidencia alemana.

Con el coronavirus, todo ha pasado a tener una importancia secundaria frente al enorme reto que representa la recuperación europea de la pandemia. No sólo en términos económicos y sanitarios, sino también sociales y políticos. En una intervención pública el 4 de junio pasado, el embajador de la Representación Permanente de Alemania ante la Unión Europea, Michael Clauss, con casi un cuarto de siglo de experiencia en la Unión Europea, afirmó que el papel principal de la Presidencia germana será conseguir “la supervivencia de la eurozona y de la Unión Europea”.

La épica de este reto era impensable hace unos meses, cuando este periodo se afrontaba sin demasiado entusiasmo ni grandes expectativas dentro y fuera de Alemania.

Alemania asume trece años después esta presidencia en un contexto interno también excepcional, con una Angela Merkel en retirada, de la que muchos decían que estaba perdiendo fuelle. Sin embargo, parece que la crisis del coronavirus ha rejuvenecido a la canciller alemana y la ha alzado como el dirigente europeo -y probablemente mundial- con mayor liderazgo.

El éxito temprano de su gestión de la crisis en Alemania le ha proporcionado un capital político interno inestimable. Fuera de sus fronteras, el paso adelante que dio junto al presidente francés, Emmanuel Macron, al proponer casi por sorpresa la creación del fondo de recuperación europeo por valor de medio billón de euros, muestra su disposición a asumir unos riesgos políticos como nunca había hecho en el terreno europeo.

Alemania ha tenido que cambiar sus prioridades y ahora, según ha explicado Clauss, afronta su presidencia en tres fases:

Una primera etapa del 1 de julio hasta el fin de curso político el 17 de ese mismo mes, en la que el objetivo es conseguir un acuerdo comunitario sobre el Marco Financiero Plurianual 2021-2027 (MFP), que traduce a términos financieros las prioridades de la UE para los próximos 7 años -y por tanto, limita el gasto comunitario en ese periodo- y que posteriormente deberá ser ratificado por los parlamentos de los estados miembros. En esta ocasión este instrumento está indefectiblemente ligado al plan europeo de reconstrucción propuesto por la Comisión Europea (o Next Generation Europe).

La aprobación de estas dos herramientas es indispensable para conseguir una plataforma que dote de estabilidad a las políticas europeas para para poder afrontar con posibilidades de éxito la salida de la crisis de la COVID-19.

No será tarea fácil por el antagonismo entre las posiciones de los frugal four (Austria, Dinamarca, Países Bajos y Suecia), que abogan por un mayor peso de los préstamos frente a las subvenciones y por la imposición de condiciones a los países perceptores, y los países del sur de Europa, que defienden lo contrario.

La segunda fase del programa de la presidencia europea (en los meses de septiembre y octubre próximos) se centra en la negociación de las relaciones comerciales entre el Reino Unido y la UE tras la consumación del Brexit el 1 de enero de 2021. El eje fundamental de esta negociación es establecer un terreno de juego justo para ambas partes. Ello exige llegar a acuerdos en materias como la regulación de las ayudas estatales a las empresas o la armonización de las políticas medioambientales, de forma que se garantice la competencia en igualdad de condiciones.

Pero más allá de este eje central, es necesario llegar a acuerdos en materias tan variadas como las cuotas de pesca en aguas británicas para los países de la Unión o cómo va se va a llevar a cabo la gobernanza del acuerdo al que finalmente se llegue. En este sentido, Alemania se ha mostrado firme frente a la posición de Reino Unido, apuntando que no se puede tener ser totalmente soberano y a la vez tener acceso total al mercado interno europeo.

La fase tres, que Alemania plantea desarrollar a partir del mes de octubre incluye en su agenda asuntos para los que alcanzar un acuerdo en el seno comunitario tampoco es sencillo: el acuerdo sobre migración y la regulación del asilo, el desarrollo del Green Deal, la Conferencia sobre el futuro de Europa, que ha tenido que ser postpuesta por la pandemia, y las relaciones con China, socio y competidor estratégico de Europa, sin olvidar las implicaciones para la política exterior europea con Estados Unidos, que atraviesan un momento delicado.

Otros asuntos, como los avances en la ampliación de la Unión a países de los Balcanes Occidentales, como Macedonia del Norte (de especial interés para Alemania), la amenaza de restricciones transfronterizas con Suiza; la ampliación de los recursos propios más allá del impuesto europeo a los plásticos; la revisión de los objetivos climáticos para 2050, y el establecimiento de una renta mínima vital a nivel comunitario, tendrán que esperar ante la emergencia que suponen la salida de la crisis de la COVID-19 y el Brexit.

Todo ello se produce, además, en unas condiciones que dificultan la negociación. Las restricciones a la movilidad y las normas de distanciamiento social reducirán en un 70% las reuniones presenciales durante la presidencia germana. Esto no es un tema menor: el propio Michael Clauss ha afirmado que la efectividad de reuniones como las del Consejo Europeo, con 27 países, se reduce hasta el 20% cuando se comparan con las reuniones físicas, debido a que desparecen los encuentros informales en torno a las sesiones oficiales; a la pérdida de confidencialidad, y a la ausencia de traducción simultánea.

Las expectativas sobre el papel de la presidencia alemana de la Unión están muy altas, en parte alimentadas por el liderazgo que Merkel lleva ejerciendo desde que se desató la pandemia del coronavirus. El papel que juegue en esto seis meses puede representar un cambio de paradigma en el rol que ha querido representar en la Unión Europea, marcado por un firme europeísmo, pero manteniendo una prudencia que evitase las suspicacias del resto de los socios.

Hoy la apuesta es decida, como expresaba Merkel en la presentación ante el Parlamento alemán de sus planes para este periodo: “Europa nos necesita como nosotros necesitamos a Europa”. Si hay alguien con la experiencia, la altura, la convicción y la libertad política suficientes en Europa para liderar esta etapa, es la canciller alemana. Esta es su gran oportunidad para crear un legado.

Por Javier Ramírez, Adjunto a la Dirección General de MAS Consulting