ABC publica hoy este artículo de Daniel Ureña, de MAS Consulting, sobre los debates en Estados Unidos:

El ejemplo americano
El 26 de septiembre de 1960 la política cambió para siempre. Nada volvería a ser igual después del primer debate en televisión entre Richard Nixon y John F. Kennedy. Por primera vez un aspirante a una elección presidencial se adaptaba a los códigos y al lenguaje de la televisión. JFK fue el primer candidato que recibió formación en telegenia, lo que le ayudó a entender y adaptar su forma de hablar y de comportarse en televisión. La telegenia es la disciplina que estudia las cualidades y las habilidades que hacen que un portavoz sea eficaz en televisión. Y Kennedy tenía muchas de ellas. Su aspecto era mucho más atractivo que el de Nixon, quien todavía despreciaba este nuevo medio. Nixon no estaba dispuesto a que le maquillaran como a una actriz. Pero la luxación que sufría en la rodilla le hacía sudar y el resultado en la televisión era un aspecto poco agradable y cansado. Además, su traje gris, del mismo color que el escenario, apenas contrastaba en los receptores en blanco y negro que los norteamericanos tenían en casa.
Nixon fue consciente de que perdió las elecciones porque su rival aprovechó mejor sus apariciones en televisión. De hecho, poco después el propio Nixon haría estas declaraciones: «Confiad plenamente en vuestro productor de televisión, dejadle que os ponga maquillaje incluso si lo odiáis, que os diga cómo sentaros, cuáles son vuestros mejores ángulos o qué hacer con vuestro cabello. A mí me desanima, detesto hacerlo, pero habiendo sido derrotado una vez por no hacerlo, nunca volví a cometer el mismo error».
Este legendario debate, que tuvo una audiencia de más de setenta millones de personas, fue el primer antecedente de la videopolítica, esa visión que el autor italiano Giovani Sartori desarrolló en su obra «Homo videns», que explica cómo la televisión ha cambiado la propia esencia de la política y cómo de una cultura basada en la palabra escrita hemos pasado a una cultura en la que prima la imagen. En Estados Unidos no se concibe la política sin debates. De hecho, en 1987 se formó una Comisión Presidencial independiente que es la responsable de organizarlos. Pero no son un fenómeno reciente. En 1858, en las elecciones al Senado de Illinois, el senador Stephen A. Douglas mantuvo un total de cinco debates con un ex congresista llamado Abrahan Lincoln. Cada debate duró tres horas y el formato era algo distinto a los actuales: durante una hora hablaba un candidato; una hora para el otro; y dos turnos de réplica de media hora para cada uno de ellos.
Las tablas de un actor
La política norteamericana ha vivido muchos momentos memorables en los debates. En 1984 se enfrentaban Ronald Reagan y Walter Mondale. Reagan, que en ese momento tenía 73 años (algo mayor que hoy John McCain), fue preguntado por su edad, sobre si seguía estando en forma; a lo que éste le respondió con maestría: «No estoy dispuesto a que se utilice políticamente la juventud y la falta de experiencia de mi contrincante». Cuatro años más tarde, en 1988, George H. Bush y Mike Dukakis protagonizaron una de las campañas más negativas que se recuerda. En uno de los debates, Bernard Shaw, de CNN, le hizo a Dukakis una pregunta que le puso en aprietos y ayudó a reforzar los ataques republicanos sobre su debilidad ante la delincuencia: «Si Kitty Dukakis (su esposa) fuese violada y asesinada, ¿estaría a favor de la pena de muerte irrevocable para el asesino?». Su respuesta, sin inmutarse, fue que no, que no veía ninguna evidencia para cambiar su habitual postura contra la pena capital. Millones de espectadores se quedaron estupefactos ante la frialdad del candidato demócrata, lo que influyó en su derrota.
Bill Clinton, que ha sido junto a Ronald Reagan, el mejor orador que ha ocupado el Despacho Oval, también aprovechó sus debates. Primero frente a George H. Bush, en 1992, cuando consiguió ponerle en una situación incómoda que hacía que mirara repetidamente su reloj mientras Clinton hablaba. Las cámaras captaron el nerviosismo del presidente republicano, que acabó pagando con una derrota en las urnas. En 1996, Clinton se enfrentaba al veterano Bob Dole, de quien dijo con elegancia que no le consideraba viejo, pero que sus ideas sí lo eran. En estos debates se utilizó el formato del «town hall meeting», donde los candidatos estaban en un escenario rodeado de espectadores a los que respondían sus preguntas. Este nuevo estilo ha sido el utilizado en España recientemente por el programa «Tengo una pregunta para usted», por donde han pasado los principales líderes políticos con desigual suerte.
En las elecciones de 2004, en las que competían George W. Bush y John Kerry, asistimos a varios debates muy igualados y bastante sobrios. Sí podemos destacar el momento en el que el senador demócrata fue preguntado por su opinión sobre el matrimonio entre personas del mismo sexo. Para ilustrar su respuesta mencionó a la hija del vicepresidente Dick Cheney, quien había reconocido su homosexualidad. Esta alusión tan personal e íntima no gustó a la opinión pública norteamericana. En estas elecciones, en las que John McCain se enfrentará a Obama o Hillary, hemos visto más de diez debates entre los candidatos republicanos y otros tantos entre los demócratas. Pero lo más interesante está por llegar: el 26 de septiembre será el primer debate presidencial, en Oxford (Missouri); el 2 de octubre será el turno de los aspirantes a vicepresidente; el 7 de octubre, el segundo debate presidencial desde Nashvile (Tennesse); y el 15 de octubre, el tercero y último desde Hempstead (Nueva York). No sabemos si serán decisivos o no, pero sí que serán todo un espectáculo