Tras una larga carrera electoral por la alcaldía de Nueva York, el demócrata Bill de Blasio derrotó al republicano Joseph Lhota el 5 de noviembre en la que puede ser una noche histórica. Según los primeros recuentos, el candidato demócrata ha obtenido el 74,3% de los votos, triplicando en apoyos a un Lhota que recibió el 24,3% e imponiéndose en casi todos los grupos sociales. Esta clara victoria electoral supone un fuerte espaldarazo a las propuestas progresistas de De Blasio.
La victoria demócrata no ha supuesto ninguna sorpresa. Todos los sondeos auguraban unas elecciones cómodas para De Blasio y la pregunta era por cuánto margen ganaría y en qué circunscripciones. Su campaña ha sido más creativa, más dinámica y mejor orientada a los deseos de los neoyorquinos. Sin embargo, también le ayudó que, desde el principio, todo estaba en contra de una victoria republicana y el momento político no era el más apropiado para Lhota, tras los doce años de gestión de Michael Bloomberg.
Al desgaste inherente que conllevan tantos años en el poder se ha ido sumando durante todos el descontento de una población que sentía crecer las desigualdades sociales, se oponía a las tácticas policiales que discriminaban a las minorías y veía cómo los precios de la vivienda alcanzaban niveles que pocos se podían permitir. En estas circunstancias, el perfil tecnocrático de Lhota, un experimentado gestor con un excelente currículo académico en Georgetown y Harvard, no parecía el más adecuado para llevar a cabo las reformas deseadas por los ciudadanos.
Fueron estas circunstancias las que permitieron a Bill de Blasio pasar de ser un desconocido Defensor del Pueblo en las primarias, a ser el favorito de los neoyorquinos al identificarse a sí mismo como el anti-bloomberg, el candidato a la izquierda de la izquierda que tenía una visión clara de Nueva York: la Gran Manzana necesita una cambio progresista que mejore la situación de la clase media, reduzca las desigualdades y permita al ciudadano medio poder comprar una casa.
El momento político en Nueva York ha sido muy propicio para un De Blasio que supo identificar estas circunstancias y articular una magnífica campaña electoral.
No en vano, De Blasio había sido el director de estrategia en la campaña de Hillary Clinton al Senado en 2000. Su campaña, construida sobre una imagen de clase media y familia multiétnica, mandaba un mensaje claro, optimista e integrador para toda la sociedad. De este modo, el candidato demócrata ha sido también capaz de atraer e implicar en su campaña a sectores de la población que han tendido a ser marginados pero que tienen un gran peso demográfico.
Así, muchos ciudadanos de Nueva York, la ciudad estadounidense con más afroamericanos (25,5% de sus habitantes) y una comunidad latina que representa el 27,5% de la población, dos sectores especialmente afectados por las tácticas policiales y la desigualdad, se han visto representados por un candidato con hijos mestizos, que entiende sus problemas e, incluso, se dirige a ellos en sus mítines en español, lengua materna de muchos de ellos.