Imma Aguilar, Socia de MAS Consulting, analiza el debate de investidura con el que se abre la legislatura del nuevo bipartidismo, con un duelo agrio en la izquierda:
El debate de investidura ha sido divertido gracias a Rajoy. No es que un debate de investidura tenga que serlo, pero todo empezó con la peor de las perspectivas: un Rajoy copiándose a sí mismo, reproduciendo argumentos de lo que dijo en agosto en la investidura fallida. Bien es verdad que no era fácil epatar porque el foco ya lo tenía el PSOE, con un portavoz que se había elevado en protagonista del día.
Antonio Hernando, bajo la atenta mirada del secretario general que había sido depuesto y con el que colaboró hasta el último día, tenía el papel difícil, el “papelón”. Este discurso sí era cuestión de innovación, de sorpresa, de pasión y emoción, o cómo si no se puede explicar el desgarro interno de un Antonio Hernando que encarna las dos sensibilidades de este divorcio: el pragmatismo frente a la ideología. Se esperaba que fuera más duro con Rajoy, que confesase su debilidad, que se emocionase hablando del pasado pero también de lo que depara el futuro. Ningunear a Podemos, mirando hacia otro lado mientras intervenía Iglesias y no mencionar apenas al principal receptor de su electorado huérfano, tampoco era buena idea. La tesis de Hernando ha sido la de esperar a que el tiempo les dé la razón, pero eso no explica de ninguna manera por qué no lo hicieron antes.
Mariano Rajoy se viene arriba en las réplicas, de hecho ya es un arte en el hemiciclo. Sus circunloquios retóricos para bajarle los humos a Iglesias son el trending topic parlamentario. Levanta aplausos encendidos entre los suyos y carcajadas abiertas en el resto de las bancadas. Rajoy ha escogido bien a su antagonista, porque el líder de la oposición será quien decida Rajoy y ya lo ha hecho. Lo hizo en las dos últimas campañas y por eso ganó las elecciones. Si realmente existe una operación “dividamos a la izquierda y busquemos un buen enemigo para Rajoy que encarne un gran peligro para España”, yo me quito el sombrero, porque hoy ha culminado con el mayor de los éxitos.
En su argumentación para ser presidente, Rajoy no sorprende y se reafirma: porque es él quien ha quedado primero dos veces. No se cansa de pronunciar la palabra “yo”. Y en sus intervenciones ha subrayado que no será presidente porque se abstenga el PSOE, o porque los demás no hayan sido capaces de articular una “mayoría razonable”, sino porque él ha ganado las elecciones. A la estrategia del inmovilismo y la resiliencia, se suma hoy la estrategia de la autolegitimación. Rajoy ha abierto puentes para las grandes reformas y ha puesto pasarelas donde había abismos –caso de Cataluña- pero ha advertido que tiene líneas rojas, en la economía y en lo territorial. Su tono ha sido condescendiente con todos, sin tensar, de cierta exigencia sobre la responsabilidad de los otros grupos en los exámenes que ahora vienen desde Europa, casi avisando de que no basta con dejar que gobierne, sino que además hay que apoyarle.
La batalla de la izquierda acaba de empezar. Ese será uno de los flancos de la próxima legislatura, como en un juego de tronos, que tan bien domina Pablo Iglesias. Todo dependerá del rival porque Podemos ya ha enseñado sus armas: la batalla ideológica, el pedigrí obrero se lo ha adjudicado Iglesias recordando a su abuelo socialista que nada tiene que ver con el actual PSOE. En ese campo puede lidiar fácil, pero no hay nada escrito sobre cómo responderán los millones de huérfanos electorales que han quedado tras la decepción Podemos o tras la batalla fraticida en que siempre vencen los más viejos en el PSOE. Por ahora, los de Iglesias ¿y Errejón? llevan ventaja en el territorio de la vieja izquierda y la movilización joven por incomparecencia del rival, pero está por ver que pasa en el campo del centroizquierda moderada urbana y moderna.
Pablo Iglesias empieza a sonar siempre igual y solo cabe esperar cuál es su frase del día, la de la provocación fácil, en este caso afirmar que hay más delincuentes en potencia en el Congreso que afuera o que el odio de las oligarquías les honra. Puro pasado.
Albert Rivera se ha quedado en su esquina para proteger su pequeño campo sembrado con el PP y exhibiendo su acuerdo con el futuro gobierno, corriendo el peligro de parecer uno más de ellos sin llevarse nada a cambio. Sus palabras son las que mejor suenan, sin estridencias ni provocaciones, pero tampoco sin definición ni compromiso. Parece un ciudadano y eso es bueno y malo. Bueno porque empatiza con el electorado, pero malo porque no aparente poder gobernar nunca. Ha vuelto a citar a Suárez y a Obama y no ha reaccionado al desprecio intelectual que le ha lanzado Iglesias, cuando ha dicho que Rivera tendría que buscar en Google qué es la Cruz de Borgoña, en un cruce verbal cómplice con el PNV. Rivera es Rivera, ni más ni menos.