Como decíamos ayer…

El ‘síndrome del foso de orquesta’ es un fenómeno de la comunicación política definido por el que fuera asesor de comunicación de Ronald Reagan, George H.W. Bush y Rudy Giuliani, Roger Ailes.

Imaginen la escena:

Un político sube a un escenario. Desglosa de manera efectiva un programa político completo. Adereza la exposición con ejemplos emotivos, arranca aplausos del público, y risas y murmullos.
Es el turno de su rival.
En el tramo de escaleras que lo separa del atril, tropieza y cae en el foso de la orquesta.

¿Quién se hará con los titulares al día siguiente?

A menudo, el resultado de este síndrome es una no-noticia que pasa de soslayo por lo realmente relevante y se centra en lo anecdótico. Pero no hay que confundir la frivolidad del tratamiento informativo con la relevancia que tiene desde el punto de vista de la comunicación política.

Se trata de un fenómeno casi narrativo (del que, probablemente pueda hablarnos mejor Antonio Núñez), que evoca las palabras del premio Nóbel de Literatura V.S. Naipaul sobre la magia de la literatura:

Escribir es como practicar la prestidigitación. Si te limitas a mencionar una silla, evocas un concepto vago. Si dices que está manchada de azafrán, de pronto la silla aparece, se vuelve visible.

Las lágrimas de Hillary Clinton durante su batalla por la candidatura demócrata fueron una mancha de azafrán. Lo fueron también los calcetines de Esperanza Aguirre,  o la mosca que se cruzó en el camino de Obama .

¿Recuerdan cómo se hizo Bush esa 'mancha de azafrán'?
¿Recuerdan cómo se hizo Bush esa 'mancha de azafrán'?

La frivolidad no es otra cosa que la guardia baja. Muestra a la gente como realmente es cuando no lo tiene todo absolutamente controlado. Muestra capacidad de improvisación, fortalezas y deblidades, emotividad, resistencia a los imponderables, capacidad de reacción, sentido del humor…

¿No son cosas que nos interesan saber sobre nuestros líderes?